viernes, 16 de noviembre de 2007

Ira


¡Que difícil es ocultar el odio cuando circula ardientemente por las venas!
¡Que difícil es omitir la rabia cuando las cosas no resultan como lo planeamos!
¡Que difícil es decir: no te preocupes, yo me encargo, cuando lo único que queremos es que ayuden para que las cosas resulten perfectas!
¡Cuantos sentimientos hay que suprimir para evitar dañar a los demás, porque nuestras palabras son hirientes!
Innumerables son las veces en que debemos mordernos la lengua y callar el veneno que explota en nuestro interior
Pero ¿qué hacer cuando no podemos controlarlo? Cuando el deseo de expresar la amargura que oscurece nuestro ser, se hace más grande que la prudencia del callar
Es ahí, cuando nuestro don racional debe intervenir y apaciguar la aflicción que causa el odio, la desesperación y la impotencia en nuestras vidas.
Y a pesar de que aquella solución no se ve complicada, todos en algún momento nos dejamos llevar por el ser bestial de nuestro interior, cometiendo errores que muchas veces no se pueden remediar fácilmente y lo único que queda es enfrentar la situación provocada por nosotros mismos con mucha valentía, y con la cara bien en alto.
Quizás si nos enseñaran a ser más pasivos podríamos calmarnos cuando nos alteramos, de ese modo todo sería más armónico, pero ¿Cómo hacerlo? Si en nuestro entorno se promueve la agresividad, como en los programas de televisión, en donde gana el que mayor discusión de temas irrelevantes posea, las series animadas donde todos terminan destripados sin razón aparente, o las mismas desiciones entre los países, en donde la solución es eliminar al que está en contra de las ideologías políticas que les agradan.
Si seguimos así será casi imposible cambiar la forma de pensar de las personas e inhibir el odio que inunda los ojos de los más intolerantes.

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